Estimulado por una observación casual, Freud venia dedicándose hace ya tiempo a investigar la motivación de los diversos síntomas y formas de la histeria, o sea aquel proceso que hizo surgir por vez primera, con frecuencia muchos años atrás, el fenómeno de que se trate.
En la mayoría de los casos, el simple examen del enfermo no basta, por penetrante que sea, para descubrirnos tal punto de partida; resultado negativo, debido en parte a tratarse muchas veces de sucesos que al enfermo desagrada rememorar; pero, sobre todo, a que el sujeto no recuerda realmente lo buscado, e incluso ni sospecha siquiera la conexión causal del proceso motivador con el fenómeno patológico.
Al comienzo de estas investigaciones, Freud utilizaba el método de la hipnosis para despertar en él paciente los recuerdos de la época en la que el síntoma apareció por vez primera; procedimiento que le permitió ya establecer del modo más preciso y convincente la conexión buscada.
Con este método de investigación obtuvo en un gran número de casos resultados valiosísimos, tanto desde el punto de vista teórico como desde el práctico.
En la histeria «traumática» está fuera de duda que es el accidente lo que ha provocado el síndrome, y cuando de las manifestaciones de los enfermos de ataques histéricos nos es posible deducir que en todos y cada uno de sus ataques vive de nuevo por alucinación aquel mismo proceso que provocó el primero que padecieron, también se nos muestra de una manera evidente la conexión causal.
Pero los experimentos demostrado que síntomas muy diversos, considerados como productos espontáneos -«idiopáticos», podríamos decir- de la histeria, poseen con el trauma causal una conexión muy estrecha .
Hemos podido referir a tales factores causales neuralgias y anestesias de formas muy distintas, que en algunos casos venían persistiendo a través de años enteros; contracturas y parálisis; ataques histéricos y convulsiones epileptoides, diagnosticadas de epilepsia por todos los observadores; petit mal y afecciones de la naturaleza de los «tics»; vómitos persistentes y anorexia, llevada hasta la repulsa de todo alimento, perturbaciones de la visión, alucinaciones visuales continuas, etc.
Con frecuencia, la causa de los fenómenos patológicos, más o menos graves, que el paciente presenta, está en sucesos de su infancia.
En la neurosis traumática, la verdadera causa de la enfermedad no es la leve lesión corporal, sino el sobresalto, o sea el trauma psíquico.
También con relación a muchos síntomas histéricos nos han revelado análogamente nuestras investigaciones causas que hemos de calificar de traumas psíquicos.
Cualquier afecto que provoque los afectos penosos del miedo, la angustia, la vergüenza o el dolor psíquico puede actuar como tal trauma.
De la sensibilidad del sujeto (y de otra condición, que más adelante indicaremos) depende que el suceso adquiera o no importancia traumática.
En la histeria común hallamos muchas veces, sustituyendo el intenso trauma único, varios traumas parciales, o sea un grupo de motivaciones, que sólo por su acumulación podían llegar a exteriorizar un efecto traumático, y cuya única conexión está en constituir fragmentos de un mismo historial patológico.
En otros casos son circunstancias aparentemente indiferentes las que por su coincidencia con el suceso, realmente eficaz, o con un instante de gran excitabilidad, pero que conservan ya a partir de ese momento.
Se puede afirmar más bien que el trauma psíquico, o su recuerdo, actúa a modo de un cuerpo extraño; que continúa ejerciendo sobre el organismo una acción eficaz y presente, por mucho tiempo que haya transcurrido desde su penetración en él.
Hemos hallado, al principio, que los distintos síntomas histéricos desaparecían inmediata y definitivamente en cuanto se conseguía despertar con toda claridad el recuerdo del proceso provocador, y con él el afecto concomitante, y describía el paciente con el mayor detalle posible dicho proceso, dando expresión verbal al afecto.
El recuerdo desprovisto de afecto carece casi siempre de eficacia.
El proceso psíquico primitivo ha de ser repetido lo más vivamente posible, retrotraído al status nascendi, y «expresado» después podemos ver que sucesos tan pretéritos puedan actuar con tal intensidad; esto es, que su recuerdo no sucumba al desgaste, al que vemos sucumbir todos nuestros demás recuerdos.
La debilitación o pérdida de afecto de un recuerdo depende de varios factores y, sobre todo, de que el sujeto reaccione o no enérgicamente al suceso estimulante.
Entendemos aquí por reacción toda la serie de reflejos, voluntarios e involuntarios desde el llanto hasta el acto de venganza-, en los que, según sabemos por experiencia, se descargan los afectos.
Cuando esta reacción sobreviene con intensidad suficiente, desaparece con ella gran parte del afecto. En cambio, si se reprime la reacción, queda el afecto ligado al recuerdo.
La «descarga por reacción» no es, sin embargo, el único medio de que dispone el mecanismo psíquico normal del individuo sano para anular los efectos de un trauma psíquico. El hombre encuentra en la palabra un subrogado del hecho, con cuyo auxilio puede el afecto ser también casi igualmente descargado por reacción .
En otros casos es la palabra misma el reflejo adecuado a título de lamentación o de alivio del peso de un secreto.
La «descarga por reacción» no es, sin embargo, el único medio de que dispone el mecanismo psíquico normal del individuo sano para anular los efectos de un trauma psíquico.
El recuerdo del trauma entra, aunque no haya sido descargado por reacción, en el gran complejo de la asociación, yuxtaponiéndose a otros sucesos. Así después de un accidente, se unen al recuerdo del peligro y a la reproducción del sobresalto el recuerdo del curso ulterior del suceso, o sea el de la salvación, y la consciencia de la seguridad presente.
A esto se añaden luego aquella debilitación general de las impresiones y aquel empalidecer de los recuerdos, que constituyen lo que llamamos «olvidos», el cual desgasta, ante todo, las representaciones, carentes ya de eficacia afectiva.
Ahora bien: de nuestras observaciones resulta que aquellos recuerdos que han llegado a constituirse en causas de fenómenos histéricos se han conservado con maravillosa nitidez y con toda su acentuación afectiva a través de largos espacios de tiempo.
Hemos de advertir, sin embargo, que los enfermos no disponen de estos recuerdos como de otros de su vida. Por el contrario, tales sucesos faltan totalmente en la memoria de los enfermos, hallándose éstos en su estado psíquico ordinario, o sólo aparecen contenidos en ella de un modo muy sumario.
Ahora bien: sumido el sujeto en la hipnosis, y sometido durante ella a un interrogatorio, emergen de nuevo dichos recuerdos con toda la intacta vitalidad de sucesos recientes.
Se demuestra, en efecto, que tales recuerdos corresponden a traumas que no han sido suficientemente «descargados por reacción», y examinando con detención las razones que lo han impedido, llegamos a descubrir, por lo menos, dos series de condiciones en las cuales no ha existido reacción alguna al trauma.
1.-En el primer grupo de estas condiciones incluimos aquellos casos en los que los enfermos no han reaccionado a traumas psíquicos porque la naturaleza misma del trauma excluía una reacción, como sucede en la pérdida irreparable de una persona amada; porque las circunstancias sociales hacían imposible la reacción o porque, tratándose de cosas que el enfermo quería olvidar, las reprimía del pensamiento consciente y las inhibía y suprimía. Tales sucesos penosos se encuentran luego en la hipnosis como fundamento de fenómenos histéricos .
2.-La segunda serie de condiciones aparece determinada por estados psíquicos con los cuales han coincidido en el enfermo los sucesos correspondientes. En la hipnosis hallamos también, efectivamente, como causa de síntomas histéricos, representaciones carentes en sí de importancia, que deben su conservación a la circunstancia de haber surgido en graves afectos paralizantes (por ejemplo, el sobresalto) o directamente en estados psíquicos anormales, como el estado semihipnótico del ensueño diurno, la autohipnosis, etc. En estos casos es la naturaleza de estos estados la que impidió toda reacción al suceso.
Ambas condiciones pueden también coincidir, y de hecho coinciden muchas veces.
Pero también parece suceder que el trauma psíquico provoca en muchas personas algunos de los estados anormales antes mencionados, el cual impide entonces, a su vez, toda reacción.
Por otra parte, es común a ambos grupos de condiciones el hecho de que en los traumas no descargados por reacción se ve también negada la descarga por elaboración asociativa.
En el primer grupo el propósito del enfermo de olvidar los sucesos penosos excluye a éstos, en la mayor medida posible, de la asociación; en el segundo, la elaboración asociativa fracasa porque entre el estado normal de la consciencia y el estado patológico en el que surgieron tales representaciones no existe una amplia conexión asociativa.
Podemos, pues, decir que las representaciones devenidas patógenas se conservan tan frescas y plenas de afecto porque les está negado el desgaste normal mediante la descarga por reacción o la reproducción en estados de asociación no cohibida.
Cuando más detenidamente fuimos estudiando estos fenómenos, más firme se hizo nuestra convicción de que aquella disociación de la consciencia, que tan singular se nos muestra como «double conscience»
.
A la conocida afirmación de que «la hipnosis es una histeria artificial» agregaremos, pues, nosotros la de que la existencia de estados hipnoides es base y condición de la histeria. Tales estados hipnoides, muy diversos, coinciden, sin embargo, entre sí y con la hipnosis en la circunstancia de que las representaciones en ellos emergentes son muy intensas, pero se hallan excluidas del comercio asociativo con el restante contenido de la consciencia. Pero entre sí pueden dichos estados asociarse, y su contenido de representaciones puede alcanzar por este camino grados diferentemente elevados de organización psíquica.
Cuando tales estados hipnoides existen ya antes de la aparición manifiesta de la enfermedad, constituyen el terreno en el que el afecto instala el recuerdo patógeno, con sus fenómenos somáticos consecutivos. Esta circunstancia corresponde a la predisposición a la histeria.
Freud logro concepciones sobre el ataque histérico tratando casos de esta enfermedad por medio de la sugestión hipnótica e investigando sus procesos psíquicos, durante el ataque mismo, por medio del interrogatorio en plena hipnosis.
Así dejo establecidos los siguientes postulados para el ataque histérico:
1 ) El contenido invariable y esencial de un ataque histérico (recurrente) es el retorno de un recuerdo.
2) EI recuerdo que forma el contenido del ataque histérico no es un recuerdo cualquiera, sino que es el retorno de aquella vivencia que causó el desencadenamiento de la histeria, o sea el trauma psíquico.
Aquí, sin embargo, el gran trauma único es reemplazado a menudo por una serie de traumas menores, vinculados por sus similitudes o por representar partes de una misma historia de infortunios.
Por consiguiente, tales enfermos también sufren con frecuencia ataques de distinta especie, cada uno con su contenido mnemónico particular. Esta circunstancia nos induce a extender considerablemente el concepto de la histeria traumática.
En un otro grupo de casos, el contenido de los ataques consta de recuerdos a los cuales de por sí no se conferiría carácter traumático, pero que evidentemente lo adquieren por el hecho de haber coincidido con un momento en el cual la disposición histérica del sujeto se hallaba patológicamente exaltada, promoviéndolos así a la categoría de traumas.
3) El recuerdo que forma el contenido del ataque histérico es un recuerdo inconsciente. Por tanto, dicho recuerdo falta totalmente en la memoria del paciente cuando éste se halla en su estado normal, o bien sólo aparece de manera sumaria. Si logramos atraer tal recuerdo totalmente a la consciencia normal, cesa su capacidad de producir ataques.
4) El problema del origen del contenido mnemónico de un ataque histérico coincide con el de las condiciones que determinan si una vivencia particular ha de ser incorporada a la segunda consciencia, en lugar de ingresar a la consciencia normal.
De estas condiciones determinantes hemos hallado dos con certeza en los casos de histeria.
*Si el histérico quiere olvidar intencionalmente una vivencia o si trata de repudiar, inhibir y suprimir intencionalmente una intención, una representación, estos actos psíquicos ingresan consiguientemente en el estado segundo de consciencia; desde éste producen sus efectos permanentes y el recuerdo de los mismos retornan como ataque histérico.
*Ingresan asimismo al estado segundo de consciencia todas aquellas impresiones que han sido recibidas en el curso de estados psíquicos extraordinarios (conmociones afectivas, estados de éxtasis, autohipnosis).
Cabe agregar que estas dos condiciones determinantes a menudo se combinan entre sí por vínculos internos y que, además de ellas, pueden existir aún otras.
5) EI sistema nervioso tiene la tendencia de mantener constante, en sus condiciones funcionales, algo que cabe denominar «suma de excitación». Procura mantener esta precondición de la salud, resolviendo asociativamente todo incremento sensorial de la excitación o descargándolo por medio de una reacción motriz apropiada. Si partimos de este teorema -que, por otro lado, es de mucho más amplio alcance- se comprueba que las experiencias psíquicas que forman el contenido de los ataques histéricos poseen una característica en común.
Todas ellas son, en efecto, impresiones que han quedado privadas de una descarga adecuada, ya sea porque los pacientes rehusaron resolverlos por miedo a conflictos psíquicos dolorosos, ya sea porque (como en el caso de las impresiones sexuales) se lo impidieron el pudor o las circunstancias sociales, o, finalmente, porque sufrieron esas impresiones en el curso de estados en los cuales el sistema nervioso era incapaz de enfrentar su resolución.
Alcánzase por este camino, además, una definición del trauma psíquico que ha de ser provechosa para la teoría de la histeria: toda impresión que el sistema nervioso tiene dificultad en resolver por medio del pensamiento asociativo o de la reacción motriz se convierte en un trauma psíquico.
Alcánzase por este camino, además, una definición del trauma psíquico que ha de ser provechosa para la teoría de la histeria: toda impresión que el sistema nervioso tiene dificultad en resolver por medio del pensamiento asociativo o de la reacción motriz se convierte en un trauma psíquico.
Denominamos «conversión» a la transformación de la excitación psíquica en síntomas somáticos permanentes, característica de la histeria.
Existen casos de histeria en los que la conversión afecta a todo el incremento de excitación, de manera que los síntomas somáticos de la histeria emergen en una consciencia aparentemente normal. Sin embargo, es más corriente la conversión incompleta, de suerte que por lo menos una parte del afecto concomitante al trauma perdura en la consciencia como componente del estado de ánimo.
Los síntomas psíquicos de nuestro caso de histeria con escaso montante de conversión pueden agruparse bajo los conceptos de transformación de estado de ánimo (angustia, depresión, melancolía), fobias y abulias.
El primero de los historiales clinicos muestra con suficiente claridad en qué forma desarrollaba Freud su acción terapéutica durante el sonambulismo. Combatía, en primer lugar, como es uso de la psicoterapia hipnótica, las representaciones patológicas dadas por medio de razonamientos, mandatos e introducción de representaciones contrarias de todo género; pero no se limitaba a ello, sino que investigaba la génesis de cada uno de los síntomas para poder combatir también las premisas sobre las cuales habían sido construidas las ideas patológicas. No le fue posible indicar cuánta parte del resultado terapéutico siempre obtenido correspondía a esta supresión por sugestión in statu nascendi y cuánta a la supresión del afecto por medio de la reacción, pues dejé actuar conjuntamente ambos factores.
Así, pues, en aquellos casos en los que de la primera tentativa no resultaba el estado de sonambulismo o un grado de hipnosis con modificaciones somáticas manifiestas, abandonaba aparentemente el hipnotismo, Freud exigía tan sólo la «concentración», y como medio para conseguirla, ordenaba al paciente que se tendiese en un diván y cerrase los ojos. Con este procedimiento creo haber conseguido alcanzar el más profundo grado de hipnosis posible en tales casos.
Así pues decidio adoptar como punto de partida la hipótesis de que sus pacientes sabían todo lo que habían podido poseer una importancia patógena, tratándose tan sólo de obligarlo a comunicarlo.
De este modo, cuando llegába a un punto en el que a mis preguntas: «¿Desde cuándo padece usted este síntoma?», o «¿De dónde procede?», contestaba la sujeto: «No lo sé», adopto el procedimiento de colocar una mano sobre la frente de la enferma, o tomar su cabeza entre sus dos manos, y decirle: «La presión de mi mano despertará en usted el recuerdo buscado. En el momento en que las aparte de su cabeza verá usted algo o surgirá en usted una idea. Reténgalo usted bien, porque será lo que buscamos. Bien; ahora dígame lo que ha visto o se le ha ocurrido.» Las primeras veces que empleé este procedimiento quedando el mismo sorprendido de comprobar que me proporcionaba, realmente, lo buscado mostrándole siempre el camino que debía seguir su investigación y haciéndole posible llevar a término todo análisis de este género sin necesidad de recurrir al sonambulismo.
Este procedimiento de ampliar la consciencia supuestamente restringida resultaba harto penoso y, desde luego, mucho más que la investigación en el estado de sonambulismo, pero le hacía independiente de dicho estado y le permitía penetrar un tanto en los motivos de los que depende muchas veces el «olvido» de recuerdos. Freud afirmamba que este «olvido» es, con frecuencia, voluntario, pero que nunca se consigue sino aparentemente.
La magnitud de excitación que no puede entrar en asociación psíquica encuentra, con tanto mayor facilidad, el camino equivocado, que conduce a una inervación somática. El motivo de la represión misma no podía ser sino una sensación displaciente, la incompatibilidad de una idea destinada a la represión con el acervo de representaciones dominantes en el yo. Pero la representación reprimida se venga haciéndose patógena.
Condición indispensable para la adquisición de la histeria es que entre el yo y una representación a él afluyente surja una relación de incompatibilidad. La forma histérica de defensa -para la cual es necesaria una especial capacidad- consiste en la conversión de la excitación en una inervación somática, consiguiéndose así que la representación insoportable quede expulsada de la consciencia del yo, la cual acoge, en su lugar, la reminiscencia somática nacida por conversión.
De este modo, el mecanismo que crea la histeria constituye, por un lado, un acto de vacilación moral y, por otro, un dispositivo protector puesto al alcance del yo. Hay muchos casos en los que hemos de reconocer que la defensa contra el incremento de excitación por medio de la producción de una histeria fue en su momento, la más apropiada; pero, naturalmente, llegamos con mayor frecuencia a la conclusión de que una mayor medida de valor moral hubiera sido ventajosa para el individuo.
Así, pues, el verdadero momento traumático es aquel en el cual llega la contradicción al yo y decide éste el extrañamiento de la representación contradictoria, que no es por este hecho, destruida, sino tan sólo impulsada a lo inconsciente. Una vez desarrollado este proceso, queda constituido un nódulo o núcleo de cristalización para la formación de un grupo psíquico del yo, núcleo en derredor del cual se reúne después todo aquello que habría de tener como premisa la aceptación de la representación incompatible. La disociación de la consciencia en estos casos de histeria adquirida es, por tanto, voluntaria e intencionada o, por lo menos, iniciada, con frecuencia, por un acto de la voluntad. En realidad sucede algo distinto de lo que intenta el sujeto. Este quisiera suprimir una representación, como si jamás hubiese existido, pero no consigue sino aislarla psíquicamente.
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